12 de septiembre de 2011

Lecturas veraniegas II

El verano es una estación estupenda para leer, pero también para no hacerlo. Mis vacaciones este año no han brillado por sus lecturas, cierto, pero no por ello hay que dejar de comprar libros ni de celebrar que hay gente dispuesta a pegar el culo a una silla durante largas horas para escribir cosas estupendas. Por eso, tiraré de archivo para hablar de Helena o el mar de verano (Acantilado), novela que habla del ídem como habrán notado los más perspicaces. Pero no de los 30 grados a la sombra ni de los paquetes turísticos ni de las huelgas de controladores, no. Se trata del verano suave e interminable de la infancia, en el que tantas cosas ocurren por primera vez y en el que todo deja una huella imborrable. El verano con chaquetita del norte y de las comilonas en la playa, de las terribles revelaciones y del primer amor. El verano que MOLA.


Julián Ayesta pasó esos veranos decisivos previos a la guerra civil en Asturias, en  el seno de una familia acomodada y bienpensante, y todo ese caldillo, incluida la represión moral y religiosa, está presente así como sin querer en este relato íntimo y brillante que data de 1952, y que reproduce de forma luminosa esa compleja trama de sensaciones e imágenes de la infancia, con momentos de felicidad fulgurante y de tristeza absoluta, pura intensidad con sabor a mar y olor a sidra. Así que corran a leerlo aquellos que hayan sido niños alguna vez y hayan oído al sol roncar sobre los manzanos.

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